Un inesperado disparador ha generado en mi una cascada de recuerdos cálidos, cerrando un círculo emocional cuya existencia desconocía. Sólo tiene significado para mí, lo sé, porque son todos momentos de mi infancia. Pero al ponerlos en verbo los doto de materia y al compartirlo refuerzo su realidad.
Discúlpenme, por adelantado, hacerles partícipes de este rincón de mi intimidad.
Fue guardia civil hasta su retiro.
Mi abuela, canaria. Maestra. En algún momento se conocieron (supongo que ella destinada en Zahara y el patrullando aquellas costas) y tuvieron 7 hijos. El 8, el mayor, era de un marido anterior de mi abuela que falleció.
Vivieron en Canarias. Un tiempo en La Palma, por lo que sé. Más en Gran Canaria donde fallecieron. Sin embargo mi abuelo siempre tuvo un pie en su Cádiz y por eso tuvieron una casita en lo que entonces era un pueblo de pescadores: Zahara de los Atunes.
Pese al buen clima de las islas, todos los veranos los pasaban allí. Allí los paso mi madre y allí aprendí yo a montar en bicicleta, a coger olas, a bucear con tubo (lo del snorkel es más moderno), lo que era una japuta, una coquina, una oreja y un hueso de calamar. Allí las tardes las pasaba viendo a los pescadores con las redes en la orilla o andando descalza por el pueblo de pequeña, sentada en el parque de las piedras en mi adolescencia.
Hice amigos y me enamoré por primera vez. En la única discoteca del pueblo di mi primer beso.
Yo era la "nieta de la maestra" y el pueblo era lo suficientemente pequeño y desconocido como para que mi madre tuviese ojos afines en cada rincón que vigilaban mis aventuras.
Todos los días, en mis paseos en solitario al volver de la playa, o cuando recorría el pueblo en una BH azul, visitaba a Doña Narcisa, maestra también como mi abuela. Posiblemente hubieran ejercido juntas en el colegio que había junto al mercado.
Doña Narcisa era como un taponcito: bajita, redonda y de pelo y ropa negra en contraste con su piel clara.
Su marido era Manolo. Así, sin "Don". Manolo estaba casi calvo y su piel estaba coloreada a medias por el sol y por el alcohol.
Era bueno con la madera, y un par de años me enseñó a trabajarla. Una vez, un niño me robó la bici y él salió corriendo tras él. Minutos después volvió, sudoroso y casi sin aire pero sonriente con la bici en la mano. Tendría yo 6 o 7 años entonces y su figura con el trofeo, recortada contra la luz que entraba por puerta, se marcó en mi mi mente como la de un héroe gigante.
Siempre que llegaba a su casa, siempre sin necesidad de avisar, encontraba la puerta abierta y entraba pidiendo agua.
-¿Para beber o para lavarte los pies?
Manolo falleció cuando yo tenía 12 o 13 años.
Hoy, en Úbeda, mi hija le ha pedido agua a su hermano y él le ha respondido:
-¿Para beber o para lavarte los pies?
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